«De los caballos al catavino:la historia del capataz más jerezano de León Domecq»

«San Mateo centro medieval cristiano.»

El Barrio de San Mateo, en Jerez, guarda siglos de historia bajo sus calles. Vestigios fenicios, romanos y medievales, testigos de una crianza lenta y paciente que recuerdan a la de los vinos que se encuentran en Bodegas León Domecq.

En 1850, Tomás Domecq fundó un negocio almacenista en la calle Justicia, número 28, en el barrio de San Mateo. En 2021, sus nietos, Tomás y Santiago León Domecq, retomaron el legado familiar, llevando a cabo una reforma integral del casco de la bodega, preservando su valor arquitectónico y el patrimonio de casi dos siglos de historia.

Pero una bodega en Jerez no se compone solo de muros, tejados y botas reposando en silencio. La bodega se forma a partir del alma de quienes la habitan. Entre ellos se encuentra el capataz, quien no dirige, sino que dialoga con el vino. Conoce a cada bota por su suspiro, a cada venencia por su gesto, y cuando alza el catavino, no cata, sino que bendice.

«El Chaveta es por mi padre»

José María Márquez Medina, más conocido como “el Chaveta”, es el capataz de la bodega León Domecq. No puede ser más jerezano, nació en la calle Porvera y proviene de una familia profundamente ligada al mundo del vino. Su abuelo trabajó en la bodega A. Parra Guerrero, un tío fue tonelero, y su tío Luis llegó a ser capataz en las bodegas Zoi
Durante veinte años, el Chaveta se dedicó a los caballos en el Recreo de las Cadenas, sede de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Como él mismo dice: “Siempre me apasionó el mundo del caballo, pero del vino y su trabajo estoy enamorado”.
Esa pasión lo llevó a dejar los caballos para adentrarse en el vino, trabajó en la tonelería Huberto Domecq, después en la bodega Fernández-Gao, y desde 2022 forma parte del equipo de León Domecq.

«Un pozo de 800 años»

Actualmente, la bodega se especializa en una gama premium de productos que incluye vinos, vermuts, vinagres de Jerez y aceite de oliva virgen extra (AOVE).
Al ser recibidos por el Chaveta pasamos al casco de la bodega, donde se aprecia la meticulosa restauración realizada, preservando cada detalle, como el techo original con vigas cuadradas, características anteriores al año 1900; posteriormente, las utilizadas eran más altas que anchas.

Al entrar, es notable la diferencia de temperatura y humedad; según indica nuestro guía, hay una variación de 10 grados respecto al exterior y un alto grado de humedad. Aunque el albero ayuda a regular la temperatura, el nivel freático bajo la bodega es muy elevado.

Antiguamente, cada vivienda contaba con su propio pozo. Al construirse la bodega, se adquirió una manzana compuesta por varias casas, lo que implica que, bajo las 500 botas de vino del casco, existen al menos tres pozos. Durante la restauración, salió a la luz uno de estos pozos, de origen posiblemente almohade y con aproximadamente 800 años de antigüedad. Desde la superficie del agua hasta el fondo, el pozo tiene una profundidad de unos nueve metros.

«finura y pasión con los vinos»

Lo primero que nos transmite el Chaveta es el profundo respeto que siente por todos aquellos que elaboran vino, ya que, según sus palabras, “requiere muchísimo trabajo y una dedicación constante”. Con cariño, nos habla de sus «niños», sus vinos, y nos explica que “los finos son como niños pequeños, hay que estar encima de ellos todo el tiempo”, mientras que “los vinos oxidativos son más guerrilleros, más resistentes, cuesta más que se estropeen”.

Uno de los grandes tesoros de la bodega es un fino con once años de crianza, que sorprendentemente no muestra señales de evolución hacia amontillado. Es un fino con un velo de flor fino, que se ha adaptado a un entorno con escasez de nutrientes. El Chaveta nos confiesa que lo tiene “engañado”; tras Semana Santa y antes de que lleguen los calores del verano, realiza pequeñas sacas —unos 100 o 200 litros por bota— para oxigenar cada una de sus “niñas”. Luego, finaliza el proceso con un pequeño injerto de flor, manteniendo viva esa crianza biológica excepcional. Al catarlo, su nariz revela notas de levadura y pan; en boca, se presenta como un fino salino, y muy persistente.

Los vinos oxidativos también son “engañados”, ya que antes del verano se sacan temporalmente del aislamiento de sus botas y se reúnen durante un tiempo en un depósito, para luego regresar nuevamente a su confinamiento original. Según el capataz, esta metodología permite “espabilar” a los vinos antiguos.

«Oloroso Rex Vinorum»

En numerosas ocasiones hemos destacado lo excepcional que es la D.O.P. Jerez-Xérès-Sherry, y durante nuestra visita, Chaveta no hizo más que reafirmarlo. Para él, se trata de la mejor denominación de origen del mundo, gracias a la diversidad de localidades que la integran y a la gran variedad de crianzas que pueden desarrollarse según el entorno de cada una.
Le preguntamos por su vino preferido y, señalando un cartel colgado en uno de los pilares de la bodega, nos responde sin dudar, “El Oloroso, el mejor vino del mundo”. Su rostro se transforma al hablar de él; se ilumina mientras describe lo interesante y complejo, cómo se comporta, los matices que se pueden encontrar en nariz y en boca. Añade que incluso los mejores destilados del mundo utilizan botas previamente envinadas con Oloroso.
La bodega tiene un oloroso con una crianza de 40 años,con aromas de brandy,notas de tostados y a libro viejo, muy elegante en boca, aterciopelado, y muy persistente.
Le pedimos que nos explicara qué es, para él, un palo cortado, por si su visión variaba de las muchas que hemos recopilado a lo largo de nuestras visitas. Para el Chaveta, el palo cortado no es un error, sino una evolución natural del vino; un oloroso de gran finura, procedente de las primeras prensas, que conserva la salinidad propia de los finos gracias a una breve crianza biológica inicial. Sin embargo, como el vino es caprichoso, sigue su propio camino y evoluciona. Son vinos raros, afirma, pues de cada cien botas, pueden surgir apenas dos o tres o ninguna. “Y esa es la gracia que tienen los vinos de Jerez, que evolucionan”.
Un fino con 11 años de crianza, un amontillado con 20 años, un cream, un medium y un Pedro Ximénez de dos décadas, un oloroso de 40 años y un vermut elaborado a partir de un oloroso de 17 años y un PX de 20. Todos presentados en botellas visualmente impactantes que no pasan desapercibidas. Estas son las cartas de presentación con las que la bodega busca diferenciarse, posicionar sus vinos en restaurantes de prestigio y dirigirse a un público más conocedor y exigente del Marco de Jerez.
Nos marchamos de la bodega con una sensación de satisfacción plena, tras haber conocido al Chaveta, alguien que da verdadero sentido a frases como, “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida” o “Hazlo bien o no lo hagas”. Sus palabras resuenan en nuestra memoria, “Yo no quiero sentar cátedra, os voy a contar cómo lo hago yo… porque yo siempre lo intento.” Una declaración humilde, pero cargada de pasión y autenticidad.

El vino es cultura.

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